UN HOMBRE MÁS
Mete la mano al bolsillo y descubre tan sólo 20 pesos y unos boletos del metro, comienza a escarbar en su billetera, casi sin esperanzas, y sólo traslada de lugar sus credenciales y su tarjeta del metrobus. Detiene su mirada en la credencial de elector, hecha un vistazo a la dirección y recuerda que debe tres meses de renta. Detrás de una vieja imagen de San Juditas, desempolva la foto de su familia: Carlos, Sebastián, Carolina y Miguel; sus hijos, envuelvan a Maria, su esposa, en un dulce abrazo –la colegiatura- murmura. Voltea la cara al frente y se da cuenta que la estación en la que debía bajar ya a pasado, perderá otros 15 minutos en regresar, minutos que en total suman más de dos horas de camino y de trafico horripilante, que ya han mermado su condición, que a los 40 años que tiene, parecería que ha vivido otros siete más. El doctor le dijo que tiene que comer mejor y estresarse menos –como si fuera tan fácil- le respondió –por el reloj que trae se nota que no tiene que decidir entre comer más o comprarles los útiles a sus hijos-
Al fin llega al trabajo después de un retrazo de media hora, el metro volvió a detenerse sin razón por un largo rato, fue la excusa. Otras diez horas de esfuerzo sobrehumano para ganar tan sólo un sueldo infrahumano. Pero que otra cosa pude hacer, a su edad y con esta crisis que cada día golpea con más fuerza a su ya débil cartera, debe soportar lo que sea para no perder su empleo.
Al fin el pitido del silbato le arranca del transe del trabajo y va preparado una gran dosis de resignación para el largo trayecto a casa. En su ser tan sólo lleva una mediocre comida, los sobrantes de un pedazo de pan y lo que logró rescatar de la buena fe de sus amigos, que compartieron el almuerzo con él.
Tres horas de viaje, hubo un choque en periférico. Fastidiado y casi a punto de desmayarse, saluda a su familia y besa a su esposa casi por inercia y se dirige a su habitación, con más ganas de dormir que de comer, sabiendo que aunque su segundo deseo fuera permitido por el primero, no hay nada en la despensa. Se arroja al viejo catre y como puede se envuelve en las cobijas sin importarle que no se haya cambiado, está literalmente muerto. Carlos, su hijo más pequeño, se desplazo con sigilo hasta postrarse al lado de su padre que, al notar su presencia le pregunta -¿qué paso?- el niño tomo aire con sus pequeños pulmones y dijo -te quiero pa´- El hombre lo miro con dulzura y arranco de su cansado corazón unas breves lagrimas que se quemaron en sus labios –vete a dormir- le dijo al infante, éste asintió con la cabeza y beso a su padre suavemente en la mejilla –yo también te quiero- le susurro el hombre antes de que su hijo se fuera.
Hoy, un hombre más duerme; mañana, un padre dejará hasta el último aliento para que su familia sea feliz.
Por: Hugo León Morales